
Y me encontraba ahí, en medio de un mar de gente aglomerándose para ver la modificada pastorela que se mofaba del verdadero significado de la navidad, la gente reía mientras los bufones cantaban al compas de un villancico que dejaba entre ver el camino que perdimos, la calidad humana y la inocencia ahora inexistente.
Camine entre las luces parpadeantes, entre los puestos de todo cuanto puede haber (ropa, zapatos, juguetes, comida, películas, café), todo me pareció tan contradictorio... tan fuera de lugar.
Un Santa Claus desalineado alentaba a los transeúntes a comprar afecto, a despilfarrar, a gastar lo que no se tiene... jojojo decía, compren esto consuman lo otro, aquel hombre de barbas blancas esclavo del mercantilismo.
La época se prestaba a la manipulación de masas que apenas se resistía a la seducción de los 12 meses “sin intereses”, a los préstamos millonarios y el crédito de exorbitantes comisiones.
Al otro extremo infaltables los 3 reyes magos -pase pase, a $100 la foto- y la mirada desgarrante de los niños que no pueden pagar tan espectacular placer, esos ojos que miraban con tristeza a los otros, los visibles, los que si cuentan, disfrutar la experiencia de estar al lado de aquellos que les traerán la lista interminable de caprichos, juguetes y afecto en la mágica madrugada del próximo 6.
Todo costaba algo, el precio determinaba el amor que sentías por esa persona especial, "un presente siempre presente" era la frase que se escuchaba entre ponche y ponche, entre marcas y costos de una ausencia ineludible.
Decidí abandonar el lugar con los mismos anhelos con los que tomas un vaso de agua cuando tienes sed.
Navidad... una navidad restringida, limitada, reservada para aquellos que pueden pagarla, donde la cena se ha convertido en un pretexto rimbombante para demostrar el escalón que ocupas dentro de la fastuosa escalera de la vida.
Navidad tiempo de afecto, de los tuyos, pero... ¿y los míos? ¿Los de "los otros"? irónicamente es en esta fecha cuando el individualismo se percibe a flor de piel, cuando nos olvidamos de la otredad, porque ¿qué importa los tuyos? mientras los míos estén bien, sin embargo todos somos de todos y jamás e escuchado decir: los nuestros.
En las afueras de aquel recinto, donde las lucecillas y el glamur escaseaban se encontraba un grupo de gente celebrando lo que en el otro lugar llamaban navidad, solo que aquí era todo distinto porque en estos lares el dinero importaba poco y era sustituido por sonrisas, alegría y amor. Un abrazo equivalía a ese costoso diamante y la expresión en el rostro de quien lo recibía era aun de mayor satisfacción, ellos conocían lo que muchos actualmente desconocen... el significado real de esta época.
En la atmosfera se respiraba una paz que cubría todo alrededor mientras los grandes, los sabios, que se distinguían por la cabellera de espuma lideraban el festejo.
La noche crecía y tuve que volver a casa, reflexionando sobre como la involución del ser humano ha trastocado lo más profundo de su ser, pensando en lo que realmente importa en estas fechas y siempre.
Y tú… ¿Qué Navidad quieres?
Felices fiestas.
Juan Víctor T. Galicia Montiel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario