jueves, 8 de diciembre de 2016
miércoles, 12 de octubre de 2016
¡Nos las están matando!
Escribo estas líneas con cierta impotencia, con coraje, con indignación absoluta por el tipo de sociedad a la que hemos llegado… una dócil, fácil de manipular, frívola, entreguista… una que hace pleno uso de su individualidad olvidándose del colectivo, dejando de lado que todos estamos -cual engranajes- formando parte del mismo sistema y que lo que le afecta a uno perjudica a todos.
Una sociedad que está matando a sus mujeres.
El Estado de Puebla, considerado recientemente uno de los mejores a nivel nacional, donde se disfruta de una herencia arquitectónica sinigual, e historia y cultura prominentes, es donde matan a cuatro mujeres en una semana y nadie parece inmutarse. Mujeres jóvenes con historias diferentes que sin embargo coincidieron en ser asesinadas por tipos del género masculino (omitiré llamarles hombres) que más allá de cometer el delito de privación de la libertad y la vida, cometieron actos sin escrúpulos. Son asesinos de esperanzas.
A inicios de octubre despertábamos con la noticia de que una mujer había aparecido asfixiada con una cadena, otra embolsada debajo de un puente, otra acuchillada en reiteradas ocasiones, una más encontrada en una cajuela.
¿Qué lleva a un individuo a actuar de tal manera? ¿Qué hay en su subconsciente? ¿Existe un detonante social-cultural que le lleve a cometer tales actos? En Puebla cifras extra oficiales indican que en lo que va del año han ocurrido más de 60 feminicidios, sin contar el asesinato de mujeres que por sus características no entran en esta tipología. ¿Cuál es el por qué de la descomposición del tejido social?
Urgentemente Puebla nos necesita, como sociedad, desde cada una de nuestras trincheras, no es cuestión de profesiones o partidos. A todos nos incumben y nos deben doler estas pérdidas humanas. Es cierto… los crímenes no son obra del gobierno en turno, pues en ocasiones hasta escapan de sus atribuciones, pero éste sí puede y debe hacer más que lo realizado. Empezando por llevar a cabo averiguaciones objetivas y ejerciendo plena legalidad en actos tan atroces como el asesinato. Más cuando se trata de mujeres.
Porque hace falta una cultura de prevención de violencia en el noviazgo, hace falta conocer cómo se relacionan las nuevas generaciones y estrategar planes que ayuden a concientizar sobre los peligros de ciertas conductas que muchas veces normalizamos, falta encarar al problema de raíz.
Y los ciudadanos tenemos un papel primordial, uno que hemos descuidado… porque también hay que decirlo, lo fácil es culpar al gobierno en todos sus niveles por las carencias que no se satisfacen en casa. Una pregunta clave es ¿Cómo estamos educando a nuestros hombres?
Me parece formar parte de una generación a la cual se le ha impuesto mediante los medios masivos de comunicación el estereotipo de hombre. Valiente. Insensible. Duro. Uno que vende bien en las novelas norteamericanas, pero que en la realidad construye sin darnos cuenta un modelo a seguir que segrega y violenta. Que mata.
Estamos inmersos en una videocracia –a manera de Sartori- que prefiere no perder las ganancias económicas producto del turismo, que atender algo fundamental que todo gobierno debe garantizar como lo es la seguridad de sus gobernados. ¡Nos las están matando, y nadie dice nada!
Este once de octubre, día internacional de la niña, sería absurdo que los poblanos festejemos, sería un sinsentido… cuando hay padres que viven acongojados porque sus hijas no sean violadas, torturadas, o asesinadas, y se conviertan en un número más, del sistema que las parece ningunear, que las mide, las acosa, y las odia, sólo por ser mujeres.
Mientras al gobierno le preocupe más ocultar la ola de violencia que sufren las mujeres en el estado, que deteriorar al turismo o enfrentar el problema de raíz, tendremos asesinos exonerados por la ineficacia o complicidad de servidores públicos, y cientos de familias que llorarán como hasta ahora la perdida de ellas, que son sin lugar a dudas el sostén de la sociedad.
sábado, 1 de octubre de 2016
Si supiera que moriré antes de concluir el propedéutico
Decía Steve Jobs
en un discurso pronunciado en la Universidad de Stanford que recordar que vas a
morir es la mejor forma de evitar la trampa de pensar que tienes algo que
perder, y es que prácticamente todo, las expectativas de los demás, el orgullo,
el miedo al ridículo o al fracaso, se desvanece frente a la muerte, dejando
sólo lo que es verdaderamente importante.
Y sí. Considero
que una sentencia mortífera convertiría esos pequeños detalles de la vida -constantemente
ninguneados por mi rutinario andar- en grandes proezas, como las palomas comiendo
en el zócalo de Puebla o las burbujas de jabón vistiendo la calle 5 de mayo. Le quitaría mi atención a lo
irrelevante para otorgársela a lo profundo. Sería irónicamente un anuncio de
vida. Una oportunidad para revalorar mi existencia y saberme diferente a nadie,
porque después de todo –a manera de Lao Tse- los hombres son semejantes en la muerte. Así entendería el
final de mis días.
Sin embargo ¿Quién se quisiera morir? ¿Quién
en la flor de la vida, con tan sólo un cuarto de siglo vivido y mil proyectos
pendientes? A la muerte le vamos huyendo desde el nacer, imploramos postergar
nuestro encuentro ineludible, pero ¿Qué pasará cuando llegue? Quizá mi ímpetu impediría
que me marchara en paz y me retendría en esta dimensión. Vagando. O tal vez
descubriría la gran farsa sobre el cielo-infierno-purgatorio, inventos todos de
los que lucran con la fe.
De lo que estoy seguro es que ante la
advertencia de lo inevitable comenzaría a vivir más ligero, en paz, más feliz.
Como tratando de atesorar hasta el último aliento de vida, de llevarme las
risas espontaneas, las miradas misteriosas y el llanto aleccionador. Pasaría
menos tiempo frente a la computadora y más en tertulias literarias con amigos, bebiendo
cerveza artesanal o mezcal. Tendría irrenunciablemente que pedir perdón a más
de dos personas, más por omisiones que por obras, pero también agradecería por
lo compartido siempre, diariamente. Coleccionaría instantes y bailaría todas
las noches hasta el amanecer.
Trataría de no exigirme tanto. De no tomarme tan
enserio. De conocer lo más que pueda de todo y recobrar el sentido del asombro…
emocionarme con una canción, llorar con una película, suspirar con un libro,
reír con una obra de teatro. Comería más pastel.
Puesto que las razones para estudiar la
Maestría en Ciencias Políticas se fundamentan en el futuro, si supiera que
moriré antes de concluir el propedéutico no asistiría más al propedéutico,
conocería nuestra américa. Y aunque no olvidaría las ideas de Hobbes,
Montesquieu o de Platón, cambiaría sus libros para recorrer los museos de Argentina,
y dejaría de leer a Bobbio para cantar vallenato y beber aguardiente en la
playa de Santa Marta. O vino en Chile. O pizco en Perú.
Sí, volvería a Colombia. Caminaría las mismas
calles que transité a los 21 para evocar una de las mejores etapas de mi vida… descubriéndome
en rostros distintos y explorando –mochila al hombro- la diversidad de un país
mágico, viviendo sólo, lejos, aprendiendo en la distancia a valorar a mi país, a
extrañarlo tanto y sentir la imperiosa necesidad de volver, a manera de Denisse Dresser, para
salvarlo de sí mismo. Reflexionaría a punta de tintos cuánto he cambiado desde
entonces.
La muerte anunciada sería –pienso- una
oportunidad para agendar los momentos pendientes. Tendría ya que
institucionalizar la asociación civil planeada por años, para regresar a mi
pueblo un poco de lo mucho que me dio. Para a través de ella, trascender,
buscando el bien común.
Si como decía
Borges “La muerte es una vida vivida, y
la vida es una muerte que viene” trataría entonces de hacer las paces con la
muerte. Tan irremediable como intrigante… misteriosa. El destino que todos
compartimos.
Pasaría un día entero contemplando al viento, disfrutando
un helado de chocolate. Amaría sin límites, entregándome a Venus sin complejos
ni remordimientos, porque si algo perdurará después de mi vida será el amor
entregado a los míos, sin condición, teniendo un corazón ligero, para que no
sea devorado cuando Osiris lo pese.
El último mes organizaría un funeral en vida, para
convivir con la familia que sólo veo en navidades, para contar historias de la
niñez, jugar memorama, ver las fotos de mis concursos de oratoria… y abrazar a
mis padres fuerte, como nunca.
Tener las horas contadas implicaría saberlas
disfrutar, desdeñar lo vano, obtener el máximo provecho. Sería una despedida
difícil por no tener la oportunidad de alcanzar todos mis objetivos, por las
promesas incumplidas y los sueños truncos. Pero también sería una despedida
plena, espiritual, colmada de gratitud, por haber vivido cosas fenomenales,
conocido a personas maravillosas, y tenido experiencias transformadoras…
De ahora en adelante mi obligación sería sin duda
tener una existencia digna de ser vivida, para que en el último aliento y un
mar en los ojos pudiera decir, con Amado Nervo: “Vida, nada me debes. Vida,
estamos en paz”.
*Texto escrito para la materia "Filosofía política" dentro del propedéutico de la Maestría en Ciencias Políticas BUAP. Octubre de 2016.
jueves, 1 de septiembre de 2016
Humillación a domicilio
Como cuando en el colegio
hay un niño que te quita la torta en el recreo, se burla de ti, ofende a toda
tu familia, y sin embargo, lo invitas a tu casa para jugar canicas, pensando
que actuará de buena fe. Así se vio la invitación del presidente para que Trump
visitara nuestro país.
Apenas se había confirmado la
reunión entre el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos Donald
Trump, y Enrique Peña, y las críticas no se hicieron esperar. Muchos no pudimos
entender por qué nuestro presidente había invitado a quien llamara violadores y
criminales a los mexicanos, a sostener una
reunión en Los Pinos. ¿A quién en su sano juicio se le habría ocurrido tal
idea?
Y es que si bien es
cierto, sostener una relación bilateral con el vecino del norte es de suma
importancia para nuestro país, al compartir 3.000 kilómetros fronterizos y
miles de intercambios económicos, me parece que quien le haya asesorado al
presidente cometer tal acción erró no sólo en la forma, sino en el fondo. Se
adelantó a los tiempos. Comenzó a jugar a los dados. ¿Qué pasará si –como marcan
las encuestas- ganara Hillary? Con esto, de una u otra forma, no sólo se está
interviniendo en el proceso electoral estadounidense, sino que se da pie a que
el país de las barras y las estrellas haga lo mismo en 2018, ahora abiertamente. Así será.
Hubo quienes
ingenuamente tratamos de desdibujar beneficios de la visita. Tal vez sería ésta
una buena muestra de diplomacia, que nos traería beneficios a futuro. O tal vez en
un afán de ganarse los votos de los hispanos, el aspirante estadounidense pediría perdón al pueblo de
México.
No habíamos pasado
del asombro de la reunión, cuando entramos en el asombro de los resultados. Las
disculpas de Donald nunca llegaron, -Peña aclaró que fueron “malinterpretaciones”
de mexicanos-, y en vez de ello tuvimos la reafirmación
de que el muro sigue en pie y además que es por nuestro bien.
"Tener una frontera segura es un derecho soberano y de beneficio mutuo… reconocemos y respetamos el derecho de cualquier país a construir una barrera física o muro en cualquiera de sus fronteras para detener el movimiento ilegal de personas, drogas y armas”, sentenció. Así de surrealista su visita. Y es que claro, para qué pensar en atacar los problemas de raíz, para qué pensar en elevar la cultura de civilidad, para qué crear las condiciones necesarias para que las personas no se vean obligadas a emigrar, para qué mejorar la educación de un país, si un muro pareciera ser la panacea de todos esos males…
"Tener una frontera segura es un derecho soberano y de beneficio mutuo… reconocemos y respetamos el derecho de cualquier país a construir una barrera física o muro en cualquiera de sus fronteras para detener el movimiento ilegal de personas, drogas y armas”, sentenció. Así de surrealista su visita. Y es que claro, para qué pensar en atacar los problemas de raíz, para qué pensar en elevar la cultura de civilidad, para qué crear las condiciones necesarias para que las personas no se vean obligadas a emigrar, para qué mejorar la educación de un país, si un muro pareciera ser la panacea de todos esos males…
Volviendo al punto, después
de que Peña Nieto lo comparara con Adolfo Hitler, frente a Obama, en la
Cumbre de Líderes, ¿A quién se le ocurrió que invitar a Donal sería benéfico? Esto confirma que, o el presidente está solo, o
tiene al enemigo en casa.
¿Quién asesora a
Enrique? ¿Quién le recomendó que pidiera perdón por la casa
blanca meses después, reviviendo el tema? ¿Por qué sus discursos no han sido
minuciosamente diseñados, para evitar problemas como el que tuvo con el término
“populismo” en Canadá? ¿Por qué no se implementó una estrategia de comunicación
en crisis con el tema de su tesis, y sólo se trató de minimizar el asunto?
¿Quién creyó que
sería una gran idea invitar a Trump a México? ¿Verdaderamente se pensó que éste
pediría disculpas a los mexicanos, y la imagen de nuestro mandatario podría ser
modestamente limpiada? Lo que pasó en realidad fue una humillación a domicilio.
Vale decir que no
escribo esto como crítica sino como reflexión. Hay que decirlo, los bajos niveles de aprobación
con que cuenta Enrique Peña Nieto no sólo le afectan a él, afectan al Partido Revolucionario
Institucional que no ha podido fijar una postura inteligente que le haga
aumentar su credibilidad frente a la sucesión presidencial, afectan a las
instituciones gubernamentales que carecen de la confianza de los ciudadanos, y
afectan en general al país, porque su imagen en el exterior es mermada por la
imagen de su primer mandatario, que pareciera tener entre sus asesores a sus
peores enemigos.
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