miércoles, 12 de octubre de 2016

¡Nos las están matando!


Escribo estas líneas con cierta impotencia, con coraje, con indignación absoluta por el tipo de sociedad a la que hemos llegado… una dócil, fácil de manipular, frívola, entreguista… una que hace pleno uso de su individualidad olvidándose del colectivo, dejando de lado que todos estamos -cual engranajes- formando parte del mismo sistema y que lo que le afecta a uno perjudica a todos.
Una sociedad que está matando a sus mujeres.
El Estado de Puebla, considerado recientemente uno de los mejores a nivel nacional, donde se disfruta de una herencia arquitectónica sinigual, e historia y cultura prominentes, es donde matan a cuatro mujeres en una semana y nadie parece inmutarse. Mujeres jóvenes con historias diferentes que sin embargo coincidieron en ser asesinadas por tipos del género masculino (omitiré llamarles hombres) que más allá de cometer el delito de privación de la libertad y la vida, cometieron actos sin escrúpulos. Son asesinos de esperanzas.
A inicios de octubre despertábamos con la noticia de que una mujer había aparecido asfixiada con una cadena, otra embolsada debajo de un puente, otra acuchillada en reiteradas ocasiones, una más encontrada en una cajuela.
¿Qué lleva a un individuo a actuar de tal manera? ¿Qué hay en su subconsciente? ¿Existe un detonante social-cultural que le lleve a cometer tales actos? En Puebla cifras extra oficiales indican que en lo que va del año han ocurrido más de 60 feminicidios, sin contar el asesinato de mujeres que por sus características no entran en esta tipología. ¿Cuál es el por qué de la descomposición del tejido social?
Urgentemente Puebla nos necesita, como sociedad, desde cada una de nuestras trincheras, no es cuestión de profesiones o partidos. A todos nos incumben y nos deben doler estas pérdidas humanas. Es cierto… los crímenes no son obra del gobierno en turno, pues en ocasiones hasta escapan de sus atribuciones, pero éste sí puede y debe hacer más que lo realizado. Empezando por llevar a cabo averiguaciones objetivas y ejerciendo plena legalidad en actos tan atroces como el asesinato. Más cuando se trata de mujeres.
Porque hace falta una cultura de prevención de violencia en el noviazgo, hace falta conocer cómo se relacionan las nuevas generaciones y estrategar planes que ayuden a concientizar sobre los peligros de ciertas conductas que muchas veces normalizamos, falta encarar al problema de raíz.
Y los ciudadanos tenemos un papel primordial, uno que hemos descuidado… porque también hay que decirlo, lo fácil es culpar al gobierno en todos sus niveles por las carencias que no se satisfacen en casa. Una pregunta clave es ¿Cómo estamos educando a nuestros hombres?
Me parece formar parte de una generación a la cual se le ha impuesto mediante los medios masivos de comunicación el estereotipo de hombre. Valiente. Insensible. Duro. Uno que vende bien en las novelas norteamericanas, pero que en la realidad construye sin darnos cuenta un modelo a seguir que segrega y violenta. Que mata.
Estamos inmersos en una videocracia –a manera de Sartori- que prefiere no perder las ganancias económicas producto del turismo, que atender algo fundamental que todo gobierno debe garantizar como lo es la seguridad de sus gobernados. ¡Nos las están matando, y nadie dice nada!
Este once de octubre, día internacional de la niña, sería absurdo que los poblanos festejemos, sería un sinsentido… cuando hay padres que viven acongojados porque sus hijas no sean violadas, torturadas, o asesinadas, y se conviertan en un número más, del sistema que las parece ningunear, que las mide, las acosa, y las odia, sólo por ser mujeres.
Mientras al gobierno le preocupe más ocultar la ola de violencia que sufren las mujeres en el estado, que deteriorar al turismo o enfrentar el problema de raíz, tendremos asesinos exonerados por la ineficacia o complicidad de servidores públicos, y cientos de familias que llorarán como hasta ahora la perdida de ellas, que son sin lugar a dudas el sostén de la sociedad.

sábado, 1 de octubre de 2016

Si supiera que moriré antes de concluir el propedéutico


Decía Steve Jobs en un discurso pronunciado en la Universidad de Stanford que recordar que vas a morir es la mejor forma de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder, y es que prácticamente todo, las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso, se desvanece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante.
Y sí. Considero que una sentencia mortífera convertiría esos pequeños detalles de la vida -constantemente ninguneados por mi rutinario andar- en grandes proezas, como las palomas comiendo en el zócalo de Puebla o las burbujas de jabón vistiendo la calle 5 de mayo. Le quitaría mi atención a lo irrelevante para otorgársela a lo profundo. Sería irónicamente un anuncio de vida. Una oportunidad para revalorar mi existencia y saberme diferente a nadie, porque después de todo –a manera de Lao Tse- los hombres son semejantes en la muerte. Así entendería el final de mis días.
Sin embargo ¿Quién se quisiera morir? ¿Quién en la flor de la vida, con tan sólo un cuarto de siglo vivido y mil proyectos pendientes? A la muerte le vamos huyendo desde el nacer, imploramos postergar nuestro encuentro ineludible, pero ¿Qué pasará cuando llegue? Quizá mi ímpetu impediría que me marchara en paz y me retendría en esta dimensión. Vagando. O tal vez descubriría la gran farsa sobre el cielo-infierno-purgatorio, inventos todos de los que lucran con la fe.
De lo que estoy seguro es que ante la advertencia de lo inevitable comenzaría a vivir más ligero, en paz, más feliz. Como tratando de atesorar hasta el último aliento de vida, de llevarme las risas espontaneas, las miradas misteriosas y el llanto aleccionador. Pasaría menos tiempo frente a la computadora y más en tertulias literarias con amigos, bebiendo cerveza artesanal o mezcal. Tendría irrenunciablemente que pedir perdón a más de dos personas, más por omisiones que por obras, pero también agradecería por lo compartido siempre, diariamente. Coleccionaría instantes y bailaría todas las noches hasta el amanecer.
Trataría de no exigirme tanto. De no tomarme tan enserio. De conocer lo más que pueda de todo y recobrar el sentido del asombro… emocionarme con una canción, llorar con una película, suspirar con un libro, reír con una obra de teatro. Comería más pastel.

Puesto que las razones para estudiar la Maestría en Ciencias Políticas se fundamentan en el futuro, si supiera que moriré antes de concluir el propedéutico no asistiría más al propedéutico, conocería nuestra américa. Y aunque no olvidaría las ideas de Hobbes, Montesquieu o de Platón, cambiaría sus libros para recorrer los museos de Argentina, y dejaría de leer a Bobbio para cantar vallenato y beber aguardiente en la playa de Santa Marta. O vino en Chile. O pizco en Perú.
Sí, volvería a Colombia. Caminaría las mismas calles que transité a los 21 para evocar una de las mejores etapas de mi vida… descubriéndome en rostros distintos y explorando –mochila al hombro- la diversidad de un país mágico, viviendo sólo, lejos, aprendiendo en la distancia a valorar a mi país, a extrañarlo tanto y sentir la imperiosa necesidad de  volver, a manera de Denisse Dresser, para salvarlo de sí mismo. Reflexionaría a punta de tintos cuánto he cambiado desde entonces.
La muerte anunciada sería –pienso- una oportunidad para agendar los momentos pendientes. Tendría ya que institucionalizar la asociación civil planeada por años, para regresar a mi pueblo un poco de lo mucho que me dio. Para a través de ella, trascender, buscando el bien común.
Si como decía Borges “La muerte es una vida vivida, y la vida es una muerte que viene” trataría entonces de hacer las paces con la muerte. Tan irremediable como intrigante… misteriosa. El destino que todos compartimos.
Pasaría un día entero contemplando al viento, disfrutando un helado de chocolate. Amaría sin límites, entregándome a Venus sin complejos ni remordimientos, porque si algo perdurará después de mi vida será el amor entregado a los míos, sin condición, teniendo un corazón ligero, para que no sea devorado cuando Osiris lo pese.

El último mes organizaría un funeral en vida, para convivir con la familia que sólo veo en navidades, para contar historias de la niñez, jugar memorama, ver las fotos de mis concursos de oratoria… y abrazar a mis padres fuerte, como nunca.

Tener las horas contadas implicaría saberlas disfrutar, desdeñar lo vano, obtener el máximo provecho. Sería una despedida difícil por no tener la oportunidad de alcanzar todos mis objetivos, por las promesas incumplidas y los sueños truncos. Pero también sería una despedida plena, espiritual, colmada de gratitud, por haber vivido cosas fenomenales, conocido a personas maravillosas, y tenido experiencias transformadoras…
De ahora en adelante mi obligación sería sin duda tener una existencia digna de ser vivida, para que en el último aliento y un mar en los ojos pudiera decir, con Amado Nervo: “Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz”. 




*Texto escrito para la materia "Filosofía política" dentro del propedéutico de la Maestría en Ciencias Políticas BUAP. Octubre de 2016.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Humillación a domicilio




Como cuando en el colegio hay un niño que te quita la torta en el recreo, se burla de ti, ofende a toda tu familia, y sin embargo, lo invitas a tu casa para jugar canicas, pensando que actuará de buena fe. Así se vio la invitación del presidente para que Trump visitara nuestro país.

Apenas se había confirmado la reunión entre el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos Donald Trump, y Enrique Peña, y las críticas no se hicieron esperar. Muchos no pudimos entender por qué nuestro presidente había invitado a quien llamara violadores y criminales a los mexicanos,  a sostener una reunión en Los Pinos. ¿A quién en su sano juicio se le habría ocurrido tal idea?

Y es que si bien es cierto, sostener una relación bilateral con el vecino del norte es de suma importancia para nuestro país, al compartir 3.000 kilómetros fronterizos y miles de intercambios económicos, me parece que quien le haya asesorado al presidente cometer tal acción erró no sólo en la forma, sino en el fondo. Se adelantó a los tiempos. Comenzó a jugar a los dados. ¿Qué pasará si –como marcan las encuestas- ganara Hillary? Con esto, de una u otra forma, no sólo se está interviniendo en el proceso electoral estadounidense, sino que se da pie a que el país de las barras y las estrellas haga lo mismo en 2018, ahora abiertamente. Así será.

Hubo quienes ingenuamente tratamos de desdibujar beneficios de la visita. Tal vez sería ésta una buena muestra de diplomacia, que nos traería beneficios a futuro. O tal vez en un afán de ganarse los votos de los hispanos, el aspirante  estadounidense pediría perdón al pueblo de México.

No habíamos pasado del asombro de la reunión, cuando entramos en el asombro de los resultados. Las disculpas de Donald nunca llegaron, -Peña aclaró que fueron “malinterpretaciones” de mexicanos-, y en vez de ello tuvimos la reafirmación de que el muro sigue en pie y además que es por nuestro bien.

"Tener una frontera segura es un derecho soberano y de beneficio mutuo… reconocemos y respetamos el derecho de cualquier país a construir una barrera física o muro en cualquiera de sus fronteras para detener el movimiento ilegal de personas, drogas y armas”, sentenció. Así de surrealista su visita. Y es que claro, para qué pensar en atacar los problemas de raíz, para qué pensar en elevar la cultura de civilidad, para qué crear las condiciones necesarias para que las personas no se vean obligadas a emigrar, para qué mejorar la educación de un país, si un muro pareciera ser la panacea de todos esos males…

Volviendo al punto, después de que Peña Nieto lo comparara con Adolfo Hitler, frente a Obama, en la Cumbre de Líderes, ¿A quién se le ocurrió que invitar a Donal sería benéfico? Esto confirma que, o el presidente está solo, o tiene al enemigo en casa.

¿Quién asesora a Enrique? ¿Quién le recomendó que pidiera perdón por la casa blanca meses después, reviviendo el tema? ¿Por qué sus discursos no han sido minuciosamente diseñados, para evitar problemas como el que tuvo con el término “populismo” en Canadá? ¿Por qué no se implementó una estrategia de comunicación en crisis con el tema de su tesis, y sólo se trató de minimizar el asunto?

¿Quién creyó que sería una gran idea invitar a Trump a México? ¿Verdaderamente se pensó que éste pediría disculpas a los mexicanos, y la imagen de nuestro mandatario podría ser modestamente limpiada? Lo que pasó en realidad fue una humillación a domicilio.

Vale decir que no escribo esto como crítica sino como reflexión. Hay que decirlo, los bajos niveles de aprobación con que cuenta Enrique Peña Nieto no sólo le afectan a él, afectan al Partido Revolucionario Institucional que no ha podido fijar una postura inteligente que le haga aumentar su credibilidad frente a la sucesión presidencial, afectan a las instituciones gubernamentales que carecen de la confianza de los ciudadanos, y afectan en general al país, porque su imagen en el exterior es mermada por la imagen de su primer mandatario, que pareciera tener entre sus asesores a sus peores enemigos.