miércoles, 4 de mayo de 2011

Un día en la Ciudad.

Las vacaciones agonizaban, así que decidí darme un respiro por la ciudad de Puebla y no creerás lo que encontré.

Para iniciar debo aclararte que yo vivo en uno de esos pueblos un tanto alejados de los avances tecnológicos, mercadotecnia, y ajetreo, -aunque eso sí, colmado de tradiciones, cultura y tranquilidad-. Es por eso que un día en la Ciudad me resulto una idea provocadora, misma que se convirtió en toda una aventura, y no porque no la conociera sino porque solo había ido a ella para asistir a la Universidad o para otros asuntos ahora irrelevantes y no para observarla, sentirla y vivirla.

El viaje comenzó desde temprano, era lunes y no cualquier lunes, sino en el que la mayoría de los escolares retornaban a las aulas, mi sensibilidad estaba a flor de piel debido a situaciones que había vivido apenas la noche anterior así que todo lo percibí con mayor fuerza, con más realce, y pude -aunque fuera por unas horas- recobrar el hasta entonces olvidado, sentido del asombro.


Mi primera parada no podía ser otra que el zócalo de la ciudad, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Ya te había mencionado que era muy de mañana, así que no había mucha gente en la explanada, lo que me permitió admirarla con más detalle. Recorrí cada milímetro de ese zócalo que -majestuoso- se erguía frente a mí, permitiéndome acariciarlo con la mirada.

Camine por cada pasillo, disfrute la variedad de árboles que lo custodian, y por supuesto, me percate de cosas que habían estado allí siempre, por donde siempre había pasado, pasado sin pasar, cosas que jamás me había detenido a mirar… muchas de ellas imposibles de ocultar con 10 dedos, pero si ocultables por la prisa, el trabajo, el tráfico, el estrés, la desidia, las manifestaciones, el smog, el calentamiento global… la falta de tiempo.

En esos momentos me pregunte cuantas más cosas he dejado de vivir irónicamente por la prisa de vivir. Contemple la fuente, los globos, los niños corriendo y algo que cuando recién conocía la ciudad me llamaba mucho la atención y que aún me sigue cautivando pero que la rutia fue convirtiendo en un elemento más dentro de la mezcla de artesanías naturales: las palomas.


Estando allí no podía perderme la oportunidad de adentrarme a nuestra catedral, imponente, portentosa. Aquí me topé con algo que desgraciadamente -me temo- encontrare cada vez que asista y sobre lo cual he tenido la oportunidad de escribir meses atrás: 8 de cada 10 asistentes son extranjeros. Y conste que no estoy en contra del turismo -menos aún en su año (como no)- estoy consciente de que la derrama económica que deja esta práctica es altamente importante para nuestro estado, mi inconformidad no es que los extranjeros vengan sino que los nacionales y específicamente los poblanos no. Es una pena que alguien que vive al otro lado del mundo conozca mejor nuestra historia que una persona local, es triste.

 

Al salir de la catedral observe algo que a mi llegada -quizá por la hora- no había percibido. Ese día el personal de limpieza se veía diferente, los carritos e incluso ellos mismos llevaban pegados letreros que llamaban corrupto y vendido a Eduardo Rivera. Su protesta me sorprendió, le daban a conocer al presidente municipal y a la ciudadanía en general su desacuerdo, sus demandas, pero sin dejar de hacer su trabajo.

Retome mi viaje con rumbo desconocido, pase por los portales donde desayuna la gente más favorecida, -en su mayoría de edad avanzada-, mis pies comenzaban a manifestar cansancio así que me senté en una de esas sillas de la 5 de Mayo, entre un carrito de helados y una joyería y me dedique a observar gente.


Las personas se perdían en ellas mismas, y a cada paso nuevo, nueva gente y más gente y con ella, historias dignas de ser contadas.
Una mujer de 70 años, de escasos recursos económicos y mirada esperanzadora, gastando ilusiones… rascando su cachito de lotería. En la banca de adelante una mujer joven llenando una solicitud de empleo, en la banca de atrás otra, leyendo el periódico, buscando empleo.

Los hombres por su parte hacían cosas muy distintas. Si los hombres leían (al menos los que me tocó ver) no eran los anuncios clasificados y no un periódico “normal”, ellos prefieren El METRO. Hablar de su nula ética periodística, sensacionalismo o publicidad amarillista, es harina de otro costal, en eso hondare en otro escrito. Otro hombre mirando ropa de niño en los aparadores de una tienda departamental, aun cuando deja ver que no está en sus posibilidades adquirirla y jóvenes entrando a una tienda que dice tener marcas que visten, no se han dado cuenta de que lo que te viste es la prenda y no la marca.

También vi a un grupo de Japoneses observando muy atentos e incluso fotografiando un lugar donde -intrigados- se detuvieron un instante, ¡no adivinaras que lugar era ese!… ¡pues una taquería de tacos al pastor! Le estaban sacando fotos a la carne. Tengo que reconocer que al momento me causo gracia, ¿Cómo te puede sorprender un pedazo de carne? Pero después, razonando, era cierto: la forma de poner la carne es extraña, pero la costumbre había hecho que lo percibiera como algo habitual, así que también fui y la fotografíe, esos segundos lograron que viera desde una perspectiva diferente esa suculenta carne y sí, me sorprendió.


Pero la gente no detenía su andar y me di cuenta de que había algo que nos identificaba, iban solos, como yo, solo en medio de un mar de gente, así que me levante y camine con ellos.

1 comentario:

  1. Había comentado anteriormente, pero se borró el comentario... Me gustó mucho tu crónica, especialmente la anécdota de los tacos al pastor. Buen texto, Víctor!!

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