La serie “Los tres caínes” comenzó a
transmitirse a principios de marzo de este año, narra la historia de Fidel,
Vicente y Carlos Castaño, a quienes las autoridades señalan por cientos de
masacre al fundar las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) agrupando a
diversos escuadrones paramilitares, el
nombre hace referencia al hecho de que Carlos Castaño fue asesinado por orden
de su hermano Vicente. La principal crítica de grupos de derechos humanos y de
familiares de víctimas es que la serie presenta a los Castaño como
"héroes" y promueve la violencia entre los colombianos, aunque el
guionista de la serie Gustavo Bolívar,
rechazó el argumento, además de asegurar que culpar a la televisión de la
violencia es una injusticia y algo muy fácil.
Las posturas sobre el programa televisivo
están divididas, aunque por una parte hay quien afirma que el problema no es
hacer o no un seriado sobre los Castaño y el fenómeno del paramilitarismo en Colombia,
sino hacer producciones sobre temas tan delicados y serios con datos pocos
fiables y que no tengan la suficiente profundidad, como lo afirma Jerónimo
Rivera, jefe del departamento de audiovisual de la Universidad de La Sabana,
quien en entrevista aseguró que producciones como "Los
Tres Caínes" son
"una moda” y esto es lo que también parece peligroso.
Más peligroso aún si analizamos que la televisión
funge un papel educativo en la sociedad debido al poder de influencia que tiene
en la misma. El tema de fondo aquí es que se está siguiendo un criterio mercantil,
la serie tiene un interés comercial sobre algo que no lo es, la dignidad humana
y los derechos de las víctimas.
El
programa presenta solo una visión de los hechos, la televisora nos ofrece un
solo ángulo de la noticia. En la serie no se menciona, por ejemplo, que el
paramilitarismo es una política de estado para el despojo y la eliminación de
la oposición, por eso se ha demostrado su vínculo con policías, militares,
políticos y empresarios, por lo que si el televidente se queda únicamente con
eso tendrá una visión fracturada de la realidad.
El
director de la polémica serie sostiene la teoría de que antes de los
paramilitares había una corrupción que los originó. Ese origen es el que quiso
mostrar en los Tres Caínes.
“Antes de esos criminales, existen los corruptos. Primero hay unos corruptos
que se roban la educación y por eso surgen estos monstruos, eso es muy difícil
de entender, aseguró. Y si esto es difícil de entender para quien dirige el
serial cuán difícil de entender será para los espectadores que cada noche se
sientan frente al televisor. ¿El mensaje que el director quiere comunicar a su
audiencia llegará de manera asertiva?
Como señala María Teresa Quiroz, la actualidad está marcada por la rapidez,
eficiencia, y celeridad de las imágenes, tal vez debido a ello es mucha la gente que gracias a programas como
éste ve al gran criminal como un héroe digno de ocupar la mente de millones de
colombianos durante los mejores horarios, a pesar de que sus contenidos resultan contradictorios:
Por un lado se reconstituye la vida de grandes criminales mediante la
creación de personajes que, a juzgar por el rating, fascinan a la audiencia, ya
que los Tres Caínes siguen en la cima de los índices de
sintonía y de mayor tiempo de permanencia con un 62%. Un dato importante es que
los hombres prefieren “Tres Caínes” mientras
que las mujeres prefieren “Allá te espero”. Por otro lado, la serie es promovida con supuestos fines
pedagógicos, para que la historia no se repita y para que los colombianos
conozcan lo que les ha sucedido, sin embargo esta historia está manipulada y
editorializada.
Ante tal
contradicción resulta inevitable hacer, al menos, dos preguntas y una
aseveración:
¿Qué
aprenden sobre la historia reciente del país los colombianos que siguen esta
serie, donde los protagonistas son paramilitares como los hermanos
Castaño? ¿Qué
pueden sentir las víctimas, impactadas por la violencia desatada por estos
señores y cuyas heridas siguen abiertas?
Ya que la
telenovela replica el estereotipo que convierte a quienes luchan contra la
violencia en incitadores de la insurgencia haciendo constante alusión a
sociólogos, antropólogos, periodistas y demás trabajadores sociales como
supuestos instrumentos de la subversión, alusión que puede convertirlos en
víctimas potenciales de la demencia criminal tan contagiosa en este país.
Con
respecto a la primera pregunta, una de las teorías es que el televidente es
testigo pasivo cada noche de una violencia desmedida que vale porque sí, donde
solo aparecen los perpetradores y sus secuaces, donde solo vemos señores de la
guerra que deciden quién vive y quién muere.
Una forma
maniquea de reconstruir la historia de una guerra que ha dejado preocupantes
secuelas de dolor y de incertidumbre. En pantalla, vemos unos personajes semibarbados,
vestidos con uniformes militares camuflados, muy malhablados y toscos, pero que
siempre andan armados. Los televidentes aprenden que la violencia produce
riqueza, que asesinar da prestigio y estatus, y que matar y contramatar puede
convertir al asesino en figura política. Aunque en este punto es importante la
postura de Fernando Sabater, quien distingue entre información y conocimiento,
ya que aunque ambos términos sean parecidos son bastantes contrastantes.
¿Cómo es posible que en un país como Colombia, cansado
de la guerra y que intenta desesperadamente pasar la página para convertirse en
un país en paz, todavía existan canales de televisión capaces de hacer la
apología de la violencia, de la impunidad, del sinsentido de la muerte para
ganarse las treinta monedas de oro de Judas, que ahora llaman rating?
Cabe aclarar que los canales privados tienen todo
el derecho de producir lo que consideren comercialmente viable y por supuesto
en defensa de sus intereses, lo que resulta inadmisible es que las cadenas
nacionales, con el objetivo de aumentar sus audiencias, se autoproclamen entes
autorizados para dar lecciones de historia política o social a todo el país,
aprovechando el vacío que la educación ha dejado en esas áreas.
Sus productos de ficción operan bajo ciertos
patrones de producción y esquemas narrativos que les garantizan el reintegro de
la inversión, porque finalmente estamos hablando de una industria y una lógica
de mercado. Los venden como si fuesen la única versión de la historia, bajo el
argumento trillado de que "un pueblo que no conoce la historia está
condenado a repetirla".
Esa es la falacia de fondo que está haciendo tanto
daño: es evidente que no pueden presentarla como la única versión. También
debería ser claro que un televidente activo y formado estaría en capacidad de
entender que existen muchísimas más versiones y que estas propuestas
televisivas sólo son una más.
Claro, si al público
lo queremos ver como idiotizado e incapaz de hacer una lectura crítica ante el
contenido, la teoría hipodérmica es la que más le cala. Pero si observamos otro ángulo, otra teoría,
nos damos cuenta que subestimar
la inteligencia y la capacidad de deducción del público
general no es siempre la mejor opción, ya que esto puede producir
un efecto contrario a mediano plazo, cuando las audiencias reaccionen
ante este trato que les hacen desde los medios y sus líneas editoriales.
Debemos
tomar en cuenta que hay que superar el concepto de consumidor pasivo, vacío psicológica y culturalmente y pensar que la gente selecciona, busca, omite y
construye lo que quiere ver. El televidente es un sujeto activo.
Por otro lado, en la academia colombiana son muy pocas las
líneas de investigación, las asignaturas o la articulación entre universidades,
que trabajan sobre el paramilitarismo y si estas series llegan con simplismo,
no es solamente porque a la gente le guste ver imágenes frente a una pantalla, donde no hay que poner mayor
esfuerzo más que contemplarla, sino también porque no se le ha ofrecido desde la academia
y el pensamiento innovador, otras propuestas que los seduzcan y los motiven a
buscar más información. La
academia nacional no tiene un compromiso transversal en el estudio del
paramilitarismo, y tiene una obsoleta consideración sobre los medios de
comunicación como “estrategias omnipotentes de manipulación”, acorde a lo que
menciona Parra Sandoval, cuando afirma que la escuela abandonó la esencia de
toda institución escolar: crear conocimiento.
Se sugiere a aquellos que pretendan emprender experiencias similares, recurriendo a series televisivas para aleccionar a la sociedad, acercarse a una buena asesoría académica que ofrezca mejores elementos, y un trabajo riguroso con fuentes y testimonios para realizar producciones de buena factura, en todos los aspectos. Debido a las características que presenta el proceso histórico recreado, se debe ser cuidadoso en la forma de enfocarlo; debe, al menos, hacer una integración de la perspectiva propia de las víctimas, para no caer en la inverosimilitud, el anacronismo y por supuesto, la apología.
Asimismo,
como señaló Masterman en 1993, los medios tienen una importancia ideológica tan
enorme que se hace necesaria una educación audiovisual con urgencia en las
escuelas porque quienes controlan y trabajan en los medios tienen poder para
fijar prioridades, ofrecer explicaciones y construir sus propias versiones de
los acontecimientos.
Con la colaboración de





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