viernes, 15 de julio de 2016

Molinos de viento



Si tuviera que describir mi experiencia en el periodo *Primavera 2014* -que tendría que haber sido mi último como estudiante de licenciatura en la Máxima Casa de Estudios de Puebla- tendría que traer a mi mente el proverbio holandés que cita: “No se puede impedir el viento, pero pueden construirse molinos”. Definitivamente estos últimos meses fueron de vientos torrenciales que no pude contener y olas que crecieron. Me ahogaron.
El plano político, profesional, personal y sobre todo estudiantil estuvo plagado de caídas libres, bajones y subidas a mil por hora. Y es que muchas veces nos sabemos –hablo por mí- dar a cada rol que ejercemos en la sociedad el lugar que merece, damos de comer nuestro mejor platillo a los cerdos mientras quienes tendrían que ser invitados de honor reciben migajas. Y a cada acción corresponde una reacción.
Abril es el mes que tiene días que sí, necesito forzosamente que me roben. Podría ponerme mártir y decir por ejemplo que me cerraron el paso en un concurso de cierto  partido político por una foto donde aparezco con “la competencia” o que fungí como peón en un juego de ajedrez dirigido por altos mandos, o que –para ponernos melancólicos- fui un maniquí para experimentar las premisas de Bauman sobre el amor líquido… pero nada, nada se compara a lo vivido en mi casa, mi Facultad de Ciencias de la Comunicación.
Durante estos 4 años como estudiante de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla he tenido la fortuna de adquirir –debido a la gala de maestros y maestras que desfilaron por mi salón o por cuenta propia- demasiados conocimientos. Aprendí de McLuhan, de teorías funcionalistas, de cómo hablar y escribir, a editar audio y vídeo, en fin, miles de cosas. Aprendizajes. Después de todo, pero después de todo –como dijera Jaime Sabines- conocimientos de obrero, técnicos, manuales, no son pocos los filósofos que insisten en ver a las universidades como fabricas que producen mano de obra, hondar en sus argumentos requeriría un nuevo texto… a lo que quiero llegar es que  este periodo me dejó más que eso. Obtuve lo que David Ausubel llamaría aprendizaje significativo, ese que no viene en algún manual empresarial o algo por el estilo. Vea el distinguido lector:
Todo comenzó –o mejor dicho se enfatizó- en el mes que gracias a Zeus ya termina.
A mediados de mes recibí la noticia de que tendría que recursar una materia. ¡Bárbaro! Pensará usted… sí, eso mismo pensé yo.  Lo peor del caso no es volver a cursar la materia, no eso no es problema, las cosas se ennegrecen cuando esa asignatura únicamente se ofertará en 2015.  ¡Ahí está el detalle! y como todos los malos presagios no vienen solos, cual fichas de dominó uno a uno fueron apareciendo otros “problemitas” similares.
Como todo joven revolucionario critiqué al sistema (espero que mi rector o director no lea esto) a los “malos” maestros incomprensivos, que nunca fueron jóvenes. Y es que la razón principal de los recursos fueron las faltas. Y les decía incomprensivos porque esas faltas no fueron para quedarme a chelear en mi casa o porque estaba crudo del reventón del día anterior ¡Nada de eso! Fueron resultado de mi sobrecarga en todos los sentidos: Llevar 6 materias, elaborar tesis, dirigir el programa de radio que tengo, coordinar proyectos audiovisuales, asistir a congresos, seminarios, y más, participar en concursos latinoamericanos y nacionales donde dejo en alto a mi Estado y a mi Alma Mater, en fin… eran incomprensibles porque no me “daban chance”. Pero después de la pasión febril e irracional me di cuenta que estaba equivocado. El único culpable fui yo.
La tercera ley de Newton es eternamente cierta. Los maestros sí, pudieron haber sido más flexibles, pero ellos no me reprobaron. Yo mismo lo hice, por mis acciones. Puedes aprender grandes cosas de tus errores cuando no estés ocupado en negarlos. Y aprendí mucho.
 Una vez, cierto profesor de la Facultad, que es uno de los que más admiro por su trayectoria profesional, sabedor de que en aquel entonces ya coordinaba proyectos fuera de la universidad y asistía a congresos, y participaba en concursos nacionales me dijo lo siguiente: “Lo que haces está bien. Pero enfócate a la universidad. Yo entiendo que tengas que hacer cosas por fuera, pero te lo digo por experiencia, si no le echas ganas primero a las clases no vas a poder hacer nada ya afuera.” Sus palabras fueron proféticas.
Hoy sólo me queda dar las gracias porque –tal vez sin querer- estas personas me dieron la mejor lección que jamás podrían haberme dado en una hora de clase. Debo definir mis filiaciones políticas, la responsabilidad es un hábito que debe primar siempre, la prioridad como estudiante es estudiar. Y miles más. Toca retomar el camino, tomar nuevos bríos, resurgir entre las cenizas cual ave fénix, escudo de mi universidad. No, no pude evitar los vientos, pero seguro estoy de que debido a ellos crearé grandes molinos. 

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